Un día Einstein dijo que todo era relativo, que nada era absoluto, y la mayoría de él se rió. Le dijeron que estaba loco, que lo que defendía era una locura, y lo humillaban diciendo que había cometido algún error. Pero el no se dejó amedrentar por el enorme ruido de la muchedumbre embravecida, y siguió fiel a su idea, siguió luchando por el reconocimiento de su teoría, porque le ciencia le daba la razón; y así solo -de sin compañía- a todos se enfrentó. Luego pasó el tiempo -relativo- y su teoría acabó confirmándose por los experimentos con una rotundidad aplastante, y la gente que antes se mofaba de él y lo menospreciaba y lo denigraba, a su pies se rindió. Einstein ya había muerto, pero gracias a su perseverancia en la defensa de la verdad había conseguido hacer del mundo un lugar mejor.